Devocional jueves 30 de enero 2025.
Buenos días. Les saluda el pastor David Aranda en este jueves 30 de enero de 2025. El día de hoy estaremos meditando en el pasaje de Génesis 4:16-24.
La Biblia dice: “La herencia del bueno alcanzará a los hijos de sus hijos” (Proverbios 13:22). La herencia que Caín les dejó a sus hijos fue una herencia terrible; ellos no aprendieron de su padre el precioso regalo que es la misericordia de Dios. Tampoco aprendieron que el propósito de la vida es glorificar a Dios. Por consiguiente, los descendientes de Caín siguieron el camino elegido por su antepasado.
Caín se casó, y su esposa lo siguió en la miserable existencia que Dios le había prometido. Dado que, en el principio, Dios creó sólo una familia para poblar la tierra, la esposa de Caín debió haber sido una parienta cercana, probablemente su propia hermana o tal vez una sobrina. (Si Caín no se casó con su hermana, uno de sus hermanos debió haberlo hecho). Eso era inevitable, ya que Dios había determinado que todos los habitantes de la tierra tuvieran un linaje común.
Tenemos una detallada descripción de los descendientes de Caín, los cainitas, una rama de la familia de Adán, y no es impresionante. Considere estos datos: Caín “edificó una ciudad”, es decir, un lugar fortificado. No se nos dice si el proyecto se terminó, pero notamos que Caín aparentemente trató de neutralizar la maldición de su destierro, que Dios había pronunciado. “Lamec tomó para sí dos mujeres.” Lamec, la quinta generación después de Caín, introdujo la poligamia en la raza humana. De esa manera despreció el propósito que Dios estableció para el matrimonio, de que un hombre y una mujer glorificaran a Dios y se ayudaran uno al otro en un compromiso incondicional de amor. Entre los cainitas, la lujuria pervirtió el propósito original de Dios.
Se enumeran los oficios que desempeñaron los cainitas, y son muy impresionantes. Criaron ganado, hicieron instrumentos musicales, trabajaron los metales con gran habilidad. Todo eso señala una cultura avanzada, un marcado contraste con la imagen que comúnmente se nos presenta de los primeros habitantes de nuestro planeta. La descripción que tenemos aquí de los cainitas es la de un grupo de gente que desarrolló las bellas artes y una cultura avanzada, pero cuyas actividades iban dirigidas únicamente hacia esta existencia terrenal. Los descendientes de Caín eran gente que consideraba que Dios no les servía para nada.
A esta relación del adelanto cultural, Lamec le añade una desafortunada posdata. El primer poema documentado en las Escrituras es un estribillo que Lamec les cantó a sus dos esposas, del cual destilaba un espíritu de venganza. Tal vez en ese momento Lamec sostenía una espada hecha por su hijo Tubal-caín. A su jactancia le agrega la blasfemia de que, si alguien se atrevía a hacerle daño, su propia mano podría hacer mucho más daño que el castigo siete veces más severo que Dios dijo que haría a quien se atreviera a quitarle la vida de Caín.
Al leer esta sagrada narración, nos damos cuenta de que las primeras civilizaciones hicieron los progresos más grandes entre aquellos que estaban separados de Dios. Tal vez esto no sea sorprendente. En primer lugar, la persona alejada de Dios quiere mitigar la maldición del pecado y trata desesperadamente de anestesiarse contra el dolor sordo de una conciencia acusadora. En segundo lugar, la persona que trata de vivir separada de Dios lucha para darle un propósito a su vida, la cual está vacía sin Dios. Por supuesto, todos sus esfuerzos los dirigen hacia la meta de lograr una existencia placentera.
Oremos: Padre Santo y Bueno, enséñame a andar en tus caminos, para que yo pueda ser ejemplo de mis hijos, nietos, sobrinos, hermanos, o incluso de mis padres, para que, al verme, puedan ver reflejado a tu hijo Jesucristo. No quiero ser un mal ejemplo como lo fue Caín con sus descendientes y de quien le rodeaban. Ayúdame también a ser ejemplo a los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza como lo dice tu palabra. Que tu presencia Señor Jesús inunde mi vida y haga resplandecer mi rostro. Sé tú mi guía Padre, en el nombre de Jesús. Amén.
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