Devocional lunes 3 de marzo de 2025.
Buenos días. Les saluda el pastor David Aranda en este lunes 3 de marzo de 2025.
El día de hoy estaremos meditando en el pasaje de Génesis 18:1-8.
Durante la hora más calurosa del día, la hora de la siesta, Abraham estaba sentado a la sombra de la puerta de su tienda. Tal vez dormitaba, o tal vez estaba pensando en la maravillosa promesa que había recibido del Señor. Era agradable meditar en que dentro de un año Sara le iba a dar un hijo varón. De cualquier forma, repentinamente se percató de que tres viajeros se habían detenido cerca de su tienda. Hebrón estaba en el camino principal de norte a sur que corre a lo largo de las colinas de Judea, y de vez en cuando pasaban por allí viajeros que necesitaban comida y albergue. Aunque aparecieron en forma humana, uno de ellos era el Señor mismo (el versículo 13), y los otros dos eran ángeles (19:1). La costumbre de ese tiempo era que el viajero se detuviera a cierta distancia de la tienda y esperara allí a ser invitado.
Por la descripción que hace Moisés de la preparación de la comida, ésta pudo haber tomado varias horas. Abraham le dijo a Sara que tomara tres medidas de flor de harina, ¡como 22 litros!, y que cociera el pan. ¡Seguramente en esa comida no les faltó el pan! El mismo Abraham corrió hacia el rebaño y escogió un becerro tierno y les ordenó a sus hombres que lo sacrificaran y lo prepararan. Mantequilla (quizás lo que nosotros llamamos requesón) y leche completaron el banquete que puso ante sus invitados.
“Y comieron.” ¡Qué condescendiente amor describen estas dos palabras! Los tres invitados comieron el pan que Sara acababa de hacer y el becerro tierno. La escena nos recuerda lo que hizo Jesús cuando les apareció a sus discípulos escépticos, una semana después de su resurrección. Cuando esos hombres temerosos imaginaron que estaban viendo un fantasma, Jesús les pidió con cariño algo de comer y realmente comió un pescado asado. Lo que estaba demostrando era que no había barreras que se interpusieran en su compañerismo con Dios.
¡Qué pensamiento tan asombroso! Abraham y los discípulos de Jesús estaban comprendiendo, al igual que usted y yo, que el Dios todopoderoso quiere compartir nuestra compañía como lo hace un amigo. Es este amor sencillo y cariñoso de Dios el que derrite los fríos y duros corazones humanos y los gana otra vez para sí. Anhelamos el compañerismo como el que ocurrió bajo el gran árbol de Hebrón. Y Dios promete que podemos esperar un íntimo compañerismo con él cuando comemos y bebemos en la cena del Cordero.
Oremos: Gracias Padre Santo, porque te sigues manifestando en mi vida. No eres un Dios alejado de tu creación. Puedo sentir tu presencia en mi vida de manera palpable. Enseña a ser como Abraham, a postrarme delante de ti y ofrecerte lo que tengo en sacrificio vivo y agradable a ti. En el nombre de Jesús, Amén.
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