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Devocional 26 de febrero Génesis 16:1-16


26 de febrero


Devocional miércoles 26 de febrero de 2025.

Buenos días. Les saluda el pastor David Aranda en este miércoles 26 de febrero de 2025.

El día de hoy estaremos meditando en el pasaje de Génesis 16:1-16.


Habían transcurrido diez años desde que Abram llegó a habitar en Canaán y desde que le prometió Dios un hijo. Génesis 16 cita otro de los casos en los que Abram y Sarai tropezaron en la senda de la fe. Lo que leemos aquí no es una lectura agradable, y no es nada halagador para Abram ni para Sarai, pero las Escrituras no tratan de ocultar las debilidades de los santos de Dios.

Tal parece que aquí fue Sarai quien tomó la iniciativa. Diez años es mucho tiempo para esperar un bebé, especialmente cuando se tienen 75 años y el esposo 85. Tal vez Sarai le dijo a Abram: “Jehová prometió que el hijo vendría de tu cuerpo, pero nunca dijo que vendría del mío. En realidad, parece que él dejó bien claro que yo no tendría hijos”.


Sarai creyó que, por su culpa, la promesa que Dios les hizo de un hijo no se cumplía. Por lo tanto, decidió seguir la costumbre de esos días, que le permitía a una esposa estéril darle su sirvienta a su marido como una segunda mujer, con el acuerdo de que cualquier niño que naciera de esa unión pertenecería a la señora de la casa. (La costumbre no sólo lo permitía, sino que realmente le exigía a una esposa estéril que le diera su sirvienta al esposo. En excavaciones arqueológicas se han encontrado contratos matrimoniales del antiguo Nuzi, en lo que ahora es Irak, en los que la novia se comprometía a darle a al esposo su sierva, en el caso de que la futura esposa no pudiera tener hijos).


La acción de Sarai de darle a su sierva a al esposo equivale a usar medios humanos para lograr los propósitos de Dios. La sugerencia que le hizo al esposo atacó la esencia misma del matrimonio en la forma en que Dios lo instituyó para la raza humana. Tal vez lo peor de todo fue que el plan de Abram y Sarai interfería con el plan de Dios. Abram estuvo de acuerdo con Sarai. Al igual que ella, él estaba deseoso de ver cumplida la promesa de Dios. Una vez más la frágil humanidad pecadora pone el lienzo donde Dios muestra su maravillosa misericordia.


En vez del cumplimiento de sus esperanzas, Abram y Sarai tuvieron problemas. Para una mujer casada, la esterilidad era una desgracia, y Agar parecía alardear de su embarazo ante su señora. Esa no era de ninguna manera la forma en que Sarai había esperado que resultaran las cosas. Pero inevitablemente así pasa cuando permitimos que la intriga humana tenga prioridad sobre la sencilla confianza en la promesa de Dios y desobedecemos su voluntad.


Cada desviación del plan de Dios para el matrimonio, aun cuando sea hecha con buenas intenciones, ocasiona pena y aflicción en el corazón y en el hogar de la persona.


La reacción de Sarai fue previsible. Se nos dice que “afligía” a Agar. La traducción es quizá demasiado fuerte. Sarai trataba duramente a Agar; la humillaba. De acuerdo con una antigua ley, a una madre esclava no se le podía echar de la casa. Pero los esclavos podían huir, y esto fue lo que hizo Agar. Voluntariosa y dolida, se puso en camino por el desierto rumbo a Shur. Según 25:18, Shur estaba cerca de la frontera de Egipto. Es muy evidente, entonces, que Agar se dirigía a su tierra natal. Agar pudo haber pensado que esta era la mejor solución al problema, pero Dios tenía otros planes.


Aparentemente, Agar no había avanzado mucho por el desierto cuando se encontró con un visitante celestial: “el Ángel del Señor”. Moisés nos proporciona varios indicios que ponen en claro que éste no era uno de los ángeles creados por Dios. Antes que nada, se identifica a sí mismo como Dios. “Vuélvete a tu señora… Multiplicaré de tal manera tu descendencia que no se podrá contar por su multitud”. Agar reconoció que este Ángel del Señor era Dios mismo y dijo: “Tú eres el Dios que me ve”. Esta es la primera de muchas apariciones del Ángel del Señor en el Antiguo Testamento, la segunda persona de la Santa Trinidad, nuestro Señor Jesucristo.


Veinte siglos después, este mensajero celestial adoptó forma humana permanentemente cuando nació de una humilde joven judía. Pero las Escrituras enseñan que el Salvador estaba obrando mucho tiempo antes de que María diera a luz en Belén.


El Salvador tenía varias razones para aparecerse a esta joven solitaria y temerosa. Primero, quería asegurarle que él no la había abandonado. Para contener su terquedad, le mandó a Agar que regresara a Sarai; esta disciplina era parte del plan de Dios para ella. Y finalmente, el mensajero celestial le dio una maravillosa promesa del futuro que le esperaba.


Oremos: Bendito padre celestial, perdóname, Señor por las veces que interfiero en tus planes y dejo de confiar en las promesas que tienes para mí. Perdóname, Señor porque muchas veces confío más en mis acciones, en mi intervención que en tu dirección. Ayúdame a confiar en ti y dejar que seas tu quien actúe y no yo. Enséñame a confiar en ti y en tu intervención dentro de mis problemas, en el nombre de Jesús, Amén.

 
 
 

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