Devocional martes 18 de febrero de 2025.
Buenos días. Les saluda el pastor David Aranda en este martes 18 de febrero de 2025.
El día de hoy estaremos meditando en el pasaje de Génesis 12:1-9.
Y el Señor dijo a Abram…” Con esas sencillas palabras, el libro de Génesis comienza el relato de la vida de Abram (nombre que Dios iba a cambiar más tarde al de Abraham). Moisés le dedicó más de una docena de capítulos a la vida de ese hombre (en particular a la última mitad de su vida). ¿Por qué habría de ocupar un hombre tanto espacio en los registros sagrados?
Hay dos razones. La primera de ellas es que Dios escogió a Abram para ser el padre de una nueva nación, la nación de Israel, que iba a ser la cuna de nuestro Señor Jesucristo, el Salvador. Pero hay una segunda razón por la que el patriarca recibe tanta atención en el Antiguo y en el Nuevo Testamento: la forma en que Dios trató con Abram es la misma en que trata a cada pecador. Cuanto mejor comprendamos la manera en que Dios le habló a Abram, mejor comprenderemos lo que Dios tiene que decirle al mundo pecador de nuestros días.
“Abram: Vete de tu tierra.” Abram escuchó a Dios decir estas palabras en dos ocasiones durante su vida. La primera vez fue en Ur, en la parte sur de Mesopotamia, cuando él junto con las familias de su padre y sus hermanos, dejaron sus hogares. Siguiendo las rutas comerciales establecidas en esos días, emigraron al norte hacia Harán. Allí Abram escuchó a Dios decir esas palabras por segunda vez. Humanamente hablando, debió haber sido más difícil para él obedecerlas esta segunda vez. Cuando Abram dejó la ciudad de Harán, Dios no sólo le pidió que dejara su tierra y su parentela, sino que agregó: “Vete… de la casa de tu padre”. Los únicos parientes de Harán que lo acompañaron fueron su esposa Sarai y su sobrino Lot.
Puede parecer casi irrazonable que Dios le pidiera a un hombre de 75 años de edad que dejara su hogar y sus parientes y viajara con rumbo desconocido. Con el fin de crear en Abram la buena voluntad para acatar su llamamiento, Jehová le hizo una promesa, o mejor dicho un conjunto de promesas. Y esta es una verdad que en sí vale la pena notar. Dios trata con nosotros como lo hizo con Abram, no en términos de exigencia, sino principalmente en términos de promesa.
“Haré de ti una nación grande.” Cuando Abram recibió este llamamiento tenía la reputación de ser un ganadero rico. Pero no se le conoce en las Escrituras por ello, sino por ser un hombre con quien Dios compartió algunos de sus secretos sagrados. Se le llama el amigo de Dios; es el padre de los creyentes, el padre de la nación israelita, el antepasado del Mesías. Ciertas bendiciones se iban a identificar con Abram.
La obediencia que tuvo Abraham al obedecer al Señor es el centro de este pasaje. Abraham dejó su pasado atrás por seguir al Señor. ¿Y tú? ¿Estarías dispuesto a hacer lo mismo que Abraham?
Oremos: Padre nuestro que estás en los cielos en la tierra y en todo lugar, enséñame, Señor a ser obediente como lo fue Abraham, quiero obedecer tu palabra, aunque esto implique dejar mi lugar de comodidad y confort. Quiero obedecerte, aunque eso implique alejarme de cosas que aparentemente me dan seguridad en mi vida. Tu eres lo único que necesito para sentirme seguro. Guíame, Señor, en el nombre de Jesús, Amén.
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