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Devocional 10 de febrero Génesis 8:1-19


10 de febrero


Durante casi medio año, desde la ventana del arca, Noé observó la destrucción total del mundo tal como él lo había conocido.


Las aguas siguieron decreciendo rápidamente, y al séptimo mes Noé y su familia pudieron sentir que el arca ya no se movía. Se había posado sobre una de las montañas de Ararat, entre Turquía y lo que hoy es Armenia.


Dos meses y medio después de que el arca dejó de moverse, las aguas habían bajado hasta el punto que, Noé podía ver las cimas de las montañas. Noé esperó pacientemente otras seis semanas y entonces abrió una ventana y soltó un cuervo. Cuando éste ya no regresó, Noé llegó a la conclusión de que los restos del diluvio debieron haber provisto lo suficiente para que esta ave carroñera sobreviviera fuera del arca.

Noé esperó una semana más y entonces soltó una paloma. Su regreso mostró que a causa de las aguas que aún cubrían la tierra la paloma no había encontrado un lugar donde posarse. Siete días más tarde Noé la volvió a soltar. Cuando esta vez regresó con una hoja de olivo recién arrancada, Noé se dio cuenta de que árboles estaban creciendo. Una semana después soltó la paloma y ya no regresó, lo que significaba que las aguas habían vuelto a su nivel normal.

Nos maravillamos de la paciente fe de Noé. Aunque él y su familia estuvieron encerrados 285 días, esperó otro mes antes de quitar una parte de la cubierta del arca, para ver mejor la situación desde las montañas. Entonces pudo ver que el suelo ya no estaba anegado. Pasaron otros dos meses antes de que el suelo estuviera lo suficientemente seco como para que Dios les dijera a las ocho personas lo que habían estado deseando oír: “¡Pueden salir del arca!” El diluvio había durado un año y diez días.


Noé y su familia habían entrado al arca cuando Dios lo ordenó, y ahora salieron de ella cuando Dios lo mandó. La detallada lista de todos los animales y aves que salieron del arca muestra una vez más el minucioso interés que el Creador tiene por todas sus criaturas. También nos asegura que, a pesar de las condiciones poco ideales en que vivieron en la nave, ninguna especie se extinguió. Dios restableció sus bendiciones creativas sobre los animales, así como había ocurrido en la semana de la creación. El diluvio no había cambiado el propósito que Dios tenía para ellos: el de fructificar y multiplicarse en la tierra.

Este pasaje nos muestra la destrucción producto del pecado y la desobediencia a Dios. Nos enseña que la ira de Dios está sobre todo hombre que decide no confiar en él.


Oremos: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado Señor sea tu nombre. Gracias por tu palabra Señor, porque a través de ella tu hablas a mi vida y me muestras que, sin ti, la muerte es segura y no hay manera de escapar de tu ira. Pero también te agradezco que, siendo un pecador, me hallas hecho justo por medio del sacrificio de tu hijo Jesucristo. Me has dado salvación sin merecerla. Dame fuerzas para compartir este regalo inmerecido con otras personas, para que puedan creer en ti al igual que yo. En el nombre de Jesús, Amén.

 
 
 

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